Todas las personas por uno u otro motivo esperamos el momento
de enamorarnos, de encontrar esa persona que nos haga sentir maripositas, que
nos haga olvidar, la tarea, que nos mantenga con una sonrisa en los labios y
que todo nos parezca lindo que todo tiene solución en la vida y que junto a
esta persona, la vida estará llena de alegrías y mucha dicha. El enamoramiento
es el lugar donde se desborda la pasión, los deseos, la ternura y las promesas.
Muchas veces lleva a aceptar momentos y situaciones de pena y dolor, ya que se
pasan por alto o se resta importancia a defectos, conflictos o diferencias
importantes, costumbres distintas u opuestas. Y, cuando ya no se puede negar
más la evidencia de los problemas, se crea la fantasía omnipotente de que yo le
cambiaré; ya casados, las cosas serán distintas: ya no beberá tanto, dejará de
ser posesivo/a y celoso/a, se dedicará más a su trabajo y se volverá
responsable, y los días muestran que eso no pasa y que las cosas empeoran cada
día mes y año que pasa.
En la conformación de la sexualidad el poder es uno de los elementos importantes. Y desde él y con él se configuran y establecen las relaciones. En toda relación amorosa se construye un campo de poder que, en sí mismo, no quiere decir dominio de una parte y vasallaje de la otra. Este sentido del poder suele ser distorsionado a causa de los prejuicios, creencias y estereotipos que configuran la feminidad y la virilidad. Ello ha determinado que las relaciones entre varones y mujeres, entre esposas y esposos, se hallen atravesadas por el machismo que implica la supremacía del varón y el sometimiento de la mujer. Por lo mismo, un poder de dominio que exige privilegios basados en la subordinación de la mujer y, en muchos casos, en su humillación.
Se ha llegado a presuponer que la sexualidad de la mujer es propiedad del esposo, por lo que a ella le toca satisfacer sus exigencias sin protestar ni reclamar. De ahí que la pareja utilice el cuerpo y los deseos de ella como escenario para agredirla: prácticas sexuales que no le agradan, relaciones mantenidas a la fuerza por lo que son innumerables las esposas ciertamente violadas por sus maridos. Sin considerar que la sexualidad no es ni un accidente ni una parte del cuerpo, ni una función que se ejerce de vez en cuando o nunca. La sexualidad es el ser humano en su totalidad, es la condición de su presencia en el mundo como persona
Todo esto nos hace pensar que los hombres antes de nacer, serán presos de un rol de “machos violentos heterosexuales compulsivos misóginos homofóbicos” para vivir su sexualidad como hombre, como macho. Y de la misma manera que las mujeres estuviesen condenadas de antemano y sin derecho a elección a un rol de víctimas y objetos sexuales. Es así que las conductas violentas en las relaciones de pareja no formales no son percibidas como tales ni por las víctimas ni por los agresores, pues generalmente se confunden maltrato y ofensas con amor e interés por la pareja.
Si estás ante un caso de violencia en tu relación de
pareja, debes saber que el problema es estrictamente de la persona violenta,
tiene que ver con su historia y no con lo que hagas o dejes de hacer. La
violencia es muy sutil y va creciendo poco a poco con el tiempo, de hecho las
personas sin darse cuenta y al vivir en un entorno violento, frecuentemente
aprenden a relacionarse de esta manera.
Siempre estás a tiempo, haz un alto y busca entender
lo que está pasando, toma las decisiones necesarias como alejarte, pedir ayuda
a un profesional especializado y denunciar a las autoridades competentes
Que no se te olvide que las conductas que son
violentas para nada enriquecen ni estimulan tu relación, al contrario la
enferman. No es válido pensar "sólo estamos jugando", "me cela
porque me quiere", "me dice cómo vestirme porque se preocupa por
mí", "Me vigila todo el tiempo, porque no quiere que me pase
nada" o "Me golpeó porque yo lo provoqué". El te está
controlando y te está destruyendo y anulando y es algo que tú no has elegido. El noviazgo es para conocerse y disfrutarse no para
temer, manipular, ni lastimar. Tú tienes el poder para decidir sobre tu
felicidad, sobre a quién debes amar y sobre tu sexualidad, nadie debe obligarte
ni someterte.
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